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salud  Técnica psicoanalítica 


En Esquema del psicoanálisis, Freud mantiene que el , vasallo de la realidad objetiva, del ello y del superyó, debe rendir tributo a sus 3 señores y simultáneamente preservar su autonomía y su organización. Los estados patológicos podrían explicarse a través de el expediente de que en semejantes casos el quedaría parcial o bien plenamente desgastado y también incapacitado para aceptar sus obligaciones. Someter los requerimientos pulsionales que el ello busca imponerle seguramente sea la más espinosa labor que la instancia yoica debe acometer y a ella destina esenciales montos de energía empleados para el mantenimiento de las contrainvestiduras. Por otra parte, existe asimismo la posibilidad de que sea el superyó el que se ha tornado intolerablemente demandante, al punto que no le quiten fuerzas al yo para cumplir con otros menesteres. El ello y el superyó acostumbran a aliarse en perjuicio de su súbdito, que, para eludir desordenarse, debe procurar no desaferrarse del planeta exterior, vínculo este último que puede aparecer perjudicado o bien aun suprimido cuando aquellos 2 cobran demasiada fuerza. El sueño, temporario estado de carácter psicótico, subsume al yo en las incongruencias de la realidad interior en el instante en el que este entrega resignar sus nudos con el exterior.


El apabullado requiere socorro y a él debe coaligarse el analista para, apoyándose tanto el uno como el otro en la realidad objetiva, entre los dos hacer en frente de reclamos pulsionales y de la conciencia ética. A cambio de la más absoluta franqueza que debe ofrecer el paciente, de la promesa de no guardarse para sí nada de lo que la percepción de sí ponga a su predisposición, el analista garantiza discreción y se entrega a la tarea de interpretar los contenidos que afloran del relato del enfermo: “Nuestro saber debe solucionar su no saber, debe devolver al del paciente el imperio sobre jurisdicciones perdidas de la vida anímica.” La situación analítica consistiría, para Freud, en un acuerdo de semejantes características


Freud no deja de advertir, no obstante, que, a fin de que el del enfermo pueda comprometerse a trabajar de consuno con el analista, debe haber retenido cierto ordenamiento interno que le deje no continuar extraño a los reclamos que a él le dirija el planeta exterior. Tal requisito no se comprobaría en yo psicótico, que el creador considera inútil de mantener su palabra respecto del acuerdo festejado y en ocasiones aun de concertarlo. El psicótico postergaría al analista y a la ayuda que este le promete a aquella una parte de la realidad que ha perdido significatividad para él. Sentencia Freud entonces muy sumariamente que en frente de la psicosis “se nos impone la renuncia a ensayar nuestro plan curativo”, de lo que podría extraerse la inferencia de que habría que resignar la pretensión de emprender con semejantes individuos todo empeño terapéutico que comparta las peculiaridades que ha delineado para el tratamiento de las neurosis. Curiosamente ?y tal y como si se estuviese adelantando al trabajo que incontables psicoanalistas después de él desarrollarían con la psicosis?, concluye que tal renuncia bien puede ser terminante, mas asimismo transitoria y perdurar solo hasta el momento en que se halle un procedimiento curativo que se adecue a las peculiaridades de los psicóticos. Para Freud, no lejísimos de ellos se ubican los neuróticos graves, de quienes llega a decir que las condiciones de la enfermedad y los mecanismos patógenos son muy afines a los de aquellos otros pacientes, si quizá no idénticos. Lo que distinguiría a unos y a otros sería la mayor resistencia a la desorganización por la parte del neurótico, el que, habitualmente y pese a la multiplicidad de sus síntomas, conseguiría hacer pie en la realidad objetiva, contribuyendo esto quizás a que el individuo esté mejor predispuesto a percibir tratamiento.


Condición de posibilidad del tratamiento es la rigurosa obediencia a la regla esencial del psicoanálisis, que obliga al paciente a no dejar por fuera de lo que relate nada de lo que se le vuelva evidente desde su observación de sí, aun si lo juzgare desapacible, sin relevancia o bien sin ningún sentido. La neutralización de la autocrítica dejará la afluencia de un sinnúmero de material ?sea bajo la manera de simples ocurrencias, o como recuerdos y pensamientos? que va a llevar sobre sí la impronta de lo inconsciente, al punto de a veces formar propiamente retoños de lo reprimido que habilitarán al analista para reconstruir la fuente de semejantes descendientes y para asistir al yo de su paciente a ganar mayor conocimiento sobre su inconsciente. Para interpretar un sueño de forma exitosa se vuelven imprescindibles las asociaciones que el propio soñante establezca entre los elementos del texto del sueño. Semejantes asociaciones dejarían recobrar los eslabones restantes a fin de que, partiendo del contenido manifiesto (lo que se recuerda del sueño al despertar), puedan inferirse los pensamientos oníricos latentes, que corresponde al auténtico proceso onírico. La interpretación, que recorrería en sentido inverso la labor del trabajo del sueño —a saber, la operación encargada de transponer estos pensamientos en aquella figuración manifiesta—, de manera frecuente no es absolutamente acertada.


Por otro lado, el del analizado dista mucho de situarse en una situación de pasiva conformidad en frente de lo que le impone la situación analítica y no siempre y en todo momento entrega el material que le resulta pedido. El paciente va mucho alén de concebir como un simple auxiliador al analista, quien se transforma en una figura favorece a fin de que le sean transferidos sentimientos y reacciones que corresponden realmente al vínculo que aquel mantenía con alguna persona significativa de su infancia, de la que se vuelve, puesto que, una especie de subrogado. Tal trasferencia de sentimientos acepta un rol de incalculable importancia: de igual manera que forma un recurso imprescindible para la tarea analítica, emanan de ella graves amenazas para el éxito de exactamente la misma.Manifiesta una naturaleza bivalente en tanto supone actitudes positivas y negativas ?es decir, tiernas y hostiles? cara el analista, que con regularidad toma para el analizado el papel de la madre o bien del padre. La trasferencia positiva es la que más provechosa resulta a los fines del empeño terapéutico, llegando a provocar que el paciente tase en poco el propósito de curarse y de desvincularse de su sufrimiento para, en vez de ello, abrazar la aspiración de ganarse el favor del analista, transformarse en objeto de su estima. En semejantes condiciones, la trasferencia promueve la colaboración del paciente y el pasaje de la debilidad yoica propia del neurótico a una constitución de mayor fortaleza. La simpatía por el analista aun lo mueve a resignar sus síntomas hasta el punto de aparentar encontrarse en perfectas condiciones de salud psíquica, mas Freud advierte que “los resultados curativos producidos bajo el imperio de la trasferencia positiva están bajo sospecha de ser de naturaleza sugestiva.”


La trasferencia como motor de la cura


Freud mantiene que, en el caso de situar el paciente al analista en el sitio de alguna de sus figuras parentales, le estaría concediendo al tiempo la autoridad que el superyó hace servir frente al , y esto en virtud de que el superyó se ha producido desde la introyección de los valores de los progenitores. Tal instancia podría entonces ejercer lo que el creador llama “una suerte de poseducación del neurótico”. Freud se apura, no obstante, a dejar en claro que no es lícito abusar de semejante ascendente sobre el paciente. El analista debe abstenerse de obrar como profesor o bien de configurar conforme su modelo a quienes a él confían su tratamiento. Ceder a tal tentación supondría traicionar su deber, puesto que estaría reeditando una falta de los progenitores, quienes, utilizando su poder en el marco de una relación asimétrica, sofocaron la autonomía de su hijo. Se le impone al analista la necesidad de aceptar las peculiaridades de sus pacientes. La extensión de las inhibiciones en el desarrollo de estos tendrán que señalar hasta qué punto va a ser legítimo ejercer repercusión sobre ellos.


La trasferencia comporta otra ventaja para la cura analítica en tanto mueve al paciente a la reescenificación de alguna parte en especial relevante de su historia de vida, la que difícilmente podría haber contado con el suficiente detalle a fin de que uno pudiese formarse una atinada representación de ella prescindiendo de las reacciones transferenciales. En sitio contar sus experiencias, las actúa en frente de los ojos del analista.


La trasferencia como obstáculo


En relación con la trasferencia cuando obstáculo, cabe apuntar que, siendo heredera de la relación paterno-filial, asimismo heredará la ambivalencia que la caracteriza. De esta manera, poco va a poder hacerse contra la tendencia de un vínculo transferencial al comienzo positivo a mudar de signo repentinamente, tendencia que frecuentemente va a ser, asimismo , una reedición de algún evento pretérito. La sumisión a, por servirnos de un ejemplo, la supremacía del padre y los sacrificios por conseguir su aprobación nacerían de un deseo erótico respecto de él. Semejantes tendencias van a ser reproducidas en el marco de la relación transferencial y demandarán que se les conceda satisfacción, mas la naturaleza del vínculo entre analista y paciente requerirá que se les responda con una denegación. Semejante desengaño puede brindar la ocasión para el citado cambio de signo y probablemente de igual modo haya sucedido en la infancia del individuo.


El origen sugestivo de la resignación de los síntomas por causa de la trasferencia positiva tiene por consecuencia que semejantes restablecimientos se desvanezcan tan pronto como gane terreno la trasferencia negativa. No solo se echa por tierra la remisión sintomática, sino asimismo queda anulada la convicción que el paciente pudo haber desarrollado sobre la eficiencia del procedimiento psicoanalítico. El peligro contenido en semejantes contrariedades transferenciales se encuentra en que el enfermo las tome como reacciones cuyas condiciones de causación se sitúan en circunstancias objetivas presentes. Corresponde al analista hacerle ver su fallo, puesto que solo de este modo va a poder reiniciarse la tarea que en conjunto habían emprendido. Va a deber impedir que devengan demasiado acusados tanto el enamoramiento, derivado de una intensa erotización de la trasferencia positiva, como la hostilidad, provocada por la negativización de esta y presta a hacer que el paciente se crea menospreciado y decida desamparar su análisis. Ilustrándolo sobre el auténtico carácter de los fenómenos transferenciales, la resistencia se va a ver desprovista de uno de sus primordiales recursos y aquello que prometía amenazas ahora deparará beneficios al tratamiento, por cuanto el paciente, lejos de tener en menos lo que ha experimentado en el vínculo transferencial, lo recordará bien e inclusive va a prestar la más sólida confianza a los esclarecimientos que por esa vía haya ganado. Freud mantiene que no resulta recomendable que, fuera de la situación analítica, el paciente actúe en lugar de evocar de manera consciente ?lo como, cabe señalarse, no obstante, sucede? y que más favorezco sería que en su vida rutinaria se condujese con la mayor normalidad de la que fuere capaz, reservando el despliegue de sus actitudes anormales para cuando se encontrara en frente de su analista.


El robustecimiento del se lograría desde el ensanche de su autoconocimiento, el que supone solo un primer paso. El sostenerse apartado de ese saber afecta la potencia del y revela que este se halla oprimido por las demandas del ello y del superyó. De esta forma, la cooperación del analista en el camino del paciente cara su restablecimiento empezaría con una tarea intelectual y una incitación a la participación de este en exactamente la misma. El material requerido es proveído con lo que el enfermo comunica en el marco de la asociación libre, lo que los fenómenos transferenciales dejan al descubierto sobre él y lo que pueda colegirse desde la interpretación de sus sueños y de sus actos fallidos; material que dejará reconstruir sucesos del pasado que han escapado al recuerdo consciente y dar sentido a lo que no parezca muy comprensible entre aquello que hoy en día ocurra en sí.


Freud desaconseja precipitarse a hacer al paciente consabedor de lo que uno ha vislumbrado: ceder a ello ya antes del instante apropiado puede resultar perjudicial y sería recomendable esperar hasta el momento en que el propio individuo se halle suficientemente cerca de la intelección que uno pretende brindarle, de suerte que solo un paso lo separe de ella. Si se prescindiese de semejante recaudo y se lo atosigara con interpretaciones para las que todavía no está ya listo, la arremetida del analista va a probar ser infructífera, cuando no simple y llanamente la ocasión de la exteriorización de una resistencia que hasta podría poner al tratamiento bajo riesgo de interrupción. No pasando por alto los tiempos del paciente habitualmente se lograría, por contra, que ratifique lo que ha escuchado y recupere el recuerdo del acontencimiento que había cedido a la opresión.


La resistencia correspondería a una segunda una parte del trabajo metódico. Tal y como ya ha sido mentado, el usa las contrainvestiduras para defenderse en frente de la posibilidad de irrupción de contenidos procedentes del ello, razón por la que la entereza de dichas contrainvestiduras resulta imprescindible para el normal funcionamiento de la instancia yoica. Cuanto más apremiada se sienta esta, más se establecerá en las contrainvestiduras. Ahora bien, semejante inclinación del yo a ponerse en modo defensivo se opone rotundamente a los intereses del empeño terapéutico. El analista procurará que el , apoyado por el apoyo que le ofrece, se atreva a dar batalla al ello para recobrar aquellas porciones de su organización que hayan capitulado frente al embate de lo inconsciente. La intensidad de las contrainvestiduras del asustado se hace servir en la situación analítica bajo la manera de resistencias. El considera arriesgado al empeño terapéutico, al que ve como un potencial prodigador de sensaciones displacenteras, y entonces se asusta frente a él, lo que torna preciso calmarlo y animarlo continuamente para eludir que se nos ponga en contra. Con el nombre ?para Freud, no por entero correcto? de resistencia de la opresión se conoce a tal oposición ofrecida por el yo a lo largo del tratamiento. La composición de los bandos que habían quedado formados cuando analista y paciente sellaron el acuerdo inicial semeja acá haberse alterado: al paso que el se levanta contra los propósitos de la cura analítica, lo inconsciente asiste en nuestra ayuda puesto que presenta una intrínseca tendencia a surgir de las sombras para abrirse paso hasta la conciencia; en otras palabras, el resiste y el inconsciente insiste. No tendría suma importancia que, tras disolver sus resistencias, el optara por acoger el requerimiento del ello, reprimido hasta ese instante, o bien que, en cambio, se inclinase por rechazarse a incorporárselo ?en cuyo caso quedaría aquel claramente rechazado?, puesto que tanto en un resultado como en el otro se anularía la amenaza, se ensancharía el y se volvería innecesario, de allá en más, el oneroso gasto de energía que demandaba el mantenimiento de las contrainvestiduras.


La labor que más tiempo y dedicación consume es exactamente el vencimiento de las resistencias, mas va a recibir su recompensa puesto que tendrá que producir una ventajosa perturbación del , que no se resignará sea uno o bien otro el resultado de la trasferencia y se consolidará en la vida del paciente. Por su parte, se suprime otra perturbación del ?la que había sobrevenido por injerencia de lo inconsciente?, lo que se logra indicándole al la extranjería de los retoños de lo reprimido que en su interior afloran y alentándolo a rechazarlos. Vuelve Freud entonces sobre el punto de que dicha perturbación yoica debe sostenerse dentro de determinados límites a fin de que pueda festejarse un acuerdo con el paciente y conducir de forma exitosa el tratamiento.


Acompasadas con el progreso de la tarea terapéutica y con la profundización de nuestro comprensión sobre el íntimo suceder psíquico del neurótico, otras 2 formas de resistencia van a ir saliendo a la luz con creciente solidez. Siendo las dos ignoradas por el paciente, no pudieron entrar en consideración en el instante del pacto; estas resistencias, en contraste a la resistencia de la opresión, ni tan siquiera parten del . Freud las nuclea bajo la rúbrica de necesidad de estar enfermo o bien de sufrir, aunque resalta que no tienen exactamente el mismo origen. Llama a una sentimiento de culpa o bien conciencia de culpa, de la que, no obstante, el paciente es todo menos consciente. Tiene que buscarse su procedencia en la severidad del superyó, el que establece que el individuo no es digno de ser librado de sus sufrimientos. Si bien el influjo de semejante resistencia no afecte el trabajo intelectual, lo tornará estéril en lo que se refiere a resultados específicos en el estado del paciente. Aun puede aceptar que se lo dispense de determinado síntoma toda vez que sea de manera inmediata relevado por otro o hasta por una enfermedad orgánica, y dilucida los casos de remisión o bien restablecimiento que tienen sitio de forma más bien espontánea en ocasión de desgracias reales: brega por retener alguna forma de sufrimiento, si bien ninguna particularmente. Quienes la sufren de forma particularmente acusada se denuncian mediante la negligente resignación con la que acogen sus siniestros. Asimismo esta resistencia ha de ser llevada a la conciencia para de esta manera emprender el laborioso empeño que requerirá el desmontaje del estricto superyó.


La otra especie de resistencia es todavía menos evidente que el sentimiento de culpa y, no obstante, se delata con particular nitidez en aquellos neuróticos en los que el anhelo autoconservatorio semeja haberse perturbado, de suerte que dan la impresión de tener por propósito dañarse a sí mismos. Freud adelanta la hipótesis de que quizás los suicidas asimismo correspondan a esta clase de personas. Se habrían producido en ellas esenciales desmezclas pulsionales, que tuvieron por resultado el desligamiento de una una buena parte de la pulsión de destrucción, ahora vuelta cara el propio individuo.Esos pacientes no aguantarían alivio alguno que el tratamiento pudiese brindarles y se mostrarían prestos a obstruirlo haciendo empleo para esto de sus recursos.


El neurótico se revelaría inútil de llevar a buen término las obligaciones impuestas por la sociedad particularmente y el planeta exterior en conjunto. Una notable porción de sus experiencias no se halla en sus dominios. Su actividad se ve cercenada por las limitaciones superyoicas y sus sacrificios se despilfarran en inacabables luchas contra el ello, cuyas incesantes intrusiones menoscaban su organización y lo escinden intestinamente, escisión que fue objeto de su artículo por la parte de Freud. Está imposibilitado para generar síntesis alguna y se halla “desgarrado por aspiraciones que se contrarían unas a otras, por enfrentamientos no gestionados, dudas no resueltas.” En un inicio este es hecho participante de una tarea interpretativa meramente intelectual, que tiene al fin la eliminación de las lagunas mnésicas. El analista se intenta para sí la potencia del superyó del enfermo y se alienta al librar batalla en frente de cada reclamo pulsional, aniquilando las resistencias, hasta llegar a que lo que había sido reprimido cambie su condición por la de lo preconsciente y sea restablecido al . Aunque Freud identifica en el anhelo por curarse e inclusive en el interés intelectual por el psicoanálisis factores que contribuyen a la concreción de los propósitos del analista, mejores servicios para esto va a prestar siempre y en todo momento la trasferencia positiva. En sentido opuesto se esmeran la trasferencia negativa, la resistencia de la opresión ?es decir, la reticencia del yo a enfrentar la dura labor que se le plantea?, el sentimiento inconsciente de culpa procedente del superyó y la desmezcla pulsional. La mayor o bien menor seriedad del caso va a quedar determinada por la fuerza de esos 2 últimos poderes. Otros elementos desfavorables son la inercia psíquica o bien pesantez en el movimiento libidinal, al tiempo que entre los coadyuvantes se cuentan “la destreza de la persona para la sublimación pulsional su capacidad para elevarse sobre la vida pulsional grosera, y el poder relativo de sus funciones intelectuales.” El resultado al que se llegue en el tratamiento va a estar supeditado a relaciones cuantitativas, o sea, a la magnitud de la energía del paciente que se preste a servir a los objetivos del análisis en comparación con la potencia combinada de cada uno de ellos de los factores desfavorables, mas, aun en la mayor parte de los casos en los que no se tiene éxito, consigue inferirse, cuando menos, la razón por la cual nos fue deparado el descalabro.


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