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La ley del pudor
Hocquenghem, mantiene que “toda una mezcla de nociones” que engloba desde las prohibiciones religiosas que conciernen la sodomía hasta la separación entre el planeta del pequeño y el planeta del adulto, es quien se encarga de la fabricación de la idea de un crimen contra la decencia. El observa, que esto fue posible a razón de la creación de la categoría de personas consideradas como “perversas”, “monstruos legales” cuya meta en la vida era practicar el sexo con los pequeños. Ellos llegaban a ser depravados inaceptables, en tanto que el crimen como tal era reconocido y afirmado por un arsenal sicológico y sociológico. Hocquenghem consideraba la construcción de este nuevo género de delincuente – un individuo tan suficientemente depravado para “hacer una cosa que hasta el momento siempre y en todo momento se ha hecho sin que a alguien se le ocurra meter su nariz en eso” - como “un paso exageradamente grave desde el punto de vista político”: "En el caso de un "attentat sans violence" la falta de respeto en la que la policía no ha sido capaz de localizar nada, nada de nada, en un caso así, el delincuente es sencillamente un delincuente pues es un delincuente, pues tiene sus preferencias. Esto se acostumbraba a llamar un crimen de opinión. (…) El crimen desaparece, absolutamente nadie más se interesa de ahí que si verdaderamente fue cometido o bien no, si alguien ha sido herido o bien no. Ya a absolutamente nadie le resulta interesante si realmente hubo una víctima". Hocquenghem concluye que el crimen se alimenta a sí mismo por una cacería de hombres, mediante la identificación y aislamiento de la categoría de individuos considerados pederastas, y el llamado a ajusticiamiento emitido por la “prensa sensacionalista”. Jean Danet agrega que este crimen sin violencia puede ser utilizado por el estado por razones políticas, contra personas “inconvenientes”: “La incitación de un menor para cometer un acto inmoral puede ser utilizado por poner un ejemplo contra trabajadores sociales y maestros. (…) En mil novecientos setenta y seis en Nantes, un profesor ha sido juzgado por incitar a menores a actos inmorales, cuando realmente lo que hizo, ha sido proveer anticonceptivos a los muchachos y muchachas que estaban a su cargo”. Foucault ve la llegada de un nuevo sistema penal, con el interés que pasa de actos delincuentes a la definición de individuos peligrosos. El pronosticó, que vendría una sociedad de peligros: “Vamos a tener una sociedad de riesgos, con aquellos que están en riesgo en una parte, y los que son peligrosos en la otra. (…) La sexualidad será una amenaza en todas y cada una de las relaciones sociales, en todas y cada una de las relaciones entre miembros de diferentes conjuntos de edad, en todas y cada una de las relaciones entre personas. Y la sexualidad ya no será el género de comportamiento cercado con prohibiciones precisas, sino más bien una condimenta de riesgo errante, una clase de espectro omnipresente, un espectro que va jugado entre hombres y mujeres, pequeños y adultos, y probablemente entre ellos adultos". El identificó el miedo a la sexualidad del otro como la razón de este cambio: "El legislador no va a justificar las medidas que va a plantear diciendo: hay que proteger la decencia universal de la humanidad. Lo que afirmará, será: hay personas para las que la sexualidad del resto puede ser un riesgo permanente". Foucault atisbó un nuevo régimen para la supervisión de la sexualidad, con la intervención de instituciones legales y el apoyo de instituciones médicas. El concluyó: “Diría que el riesgo está latente”. Foucault resaltó que con el enfoque dirigido cara el individuo, la legislación apela ahora al conocimiento médico, dándole a siquiatras la ocasión de una doble intervención: primero, para decir que los pequeños verdaderamente tienen sexualidad y segundo, para establecer que la sexualidad del pequeño es un territorio con su geografía, en la que los adultos no pueden entrar. Jean Danet agregó que ciertos siquiatras estiman que las relaciones íntimas entre pequeños y adultos “son siempre y en todo momento traumatizantes”, que el pequeño “está marcado para siempre”, será emotivamente desequilibrado y si el pequeño no los recuerda, es pues quedan en su inconsciente. El pondera que la intervención de siquiatras en el juzgado es una manipulación de la conciencia de menores y de sus palabras. Foucault apostilla con ironía la situación de los especialistas: “Podría ser que el pequeño, con su sexualidad, puede haber deseado a este adulto, puede hasta haber permitido, puede hasta haber hecho el primer movimiento. Podríamos acordar que el pequeño pudo haber seducido al adulto. Mas , los especialistas, con nuestro conocimiento sicológico, sabemos con perfección bien que hasta un pequeño que cautiva corre el peligro de ser dañado y traumado. (…) Consecuentemente, al pequeño hay que 'protegerlo de sus deseos’, hasta cuando sus deseos lo inclinan cara el adulto”. El concluye que es en este nuevo marco legislativo – “diseñado esencialmente para resguardar ciertas secciones frágiles de la población con el establecimiento de un nuevo poder médico” – que va a fundamentarse el término de la sexualidad y de las relaciones entre la sexualidad del pequeño y del adulto, y lo considera “extremadamente cuestionable”. Hocquenghem observó que esta solicitud francesa de mil novecientos setenta y siete ha sido firmada por bastantes personas “a las que ni se sospecha de ser particularmente pederastas, ni de divertir puntos de vista políticos extravagantes”. Jean Danet apuntó que abogados que defienden a alguien imputado de haber cometido un acto indecente con un menor tienen graves problemas. Muchos, afirmó , evitan hacerlo y prefieren que la corte los designe para eso. El afirmó que “cualquier persona que defiende a un pederasta puede ser prevista de tener alguna simpatía por esta razón.Hasta los mismo jueces piensan para sus adentros: si los defiende, es por el hecho de que no está verdaderamente contra eso”. El arguyó que “porque alguien está implicado en alguna lucha contra una autoridad, (…) esto no quiere decir que uno está del lado de aquellos que se someten a eso”. Se nombra 2 ejemplos provenientes del siglo XIX y de inicios del siglo XX: en Francia, una carta abierta firmada por sicólogos, sexólogos y siquiatras, en la que se solicitó la despenalización de actos inmorales con menores entre quince y dieciocho años y en Alemania, donde un movimiento (de homosexuales y miembros de la comunidad médica) protestó contra una ley que penalizaba actos homosexuales. Mientras el día de hoy, exactamente la misma posibilidad de un permiso ya antes de la pubescencia es polémica – en muchas ocasiones levantando contestaciones sensibles y dejando a los intelectuales en una situación protectora, en mil novecientos setenta y siete-mil novecientos setenta y ocho Foucault, Hocquenghem y Danet aceptaban claramente y con toda naturalidad la idea de una pederastia no desmesurada. Tanto Foucault como Hocquenghem convinieron que el permiso es una noción establecido. 'Esta noción de permiso es una trampa. Absolutamente nadie firma un contrato ya antes de hacer el amor’, afirmó Hocquenghem. Por otro lado, Danet reconoció que puede que en ocasiones el permiso no esté presente. “Por supuesto, no afirmamos que el permiso siempre y en todo momento está ahí”. El señaló que tenían mucho cuidado en el texto de la solicitud de separar una violación de un acto sin violencia: “Nos preocupamos mucho de charlar solamente de un acto indecente que no implica violencia y también incitación de un menor para cometer un acto indecente. Tuvimos extremo cuidado de no tocar de ninguna forma el inconveniente de la violación, el que es absolutamente diferente”. El advirtió que el inconveniente de la violación (violenta) lúcida reacciones en el nivel de la opinión pública, provocando efectos secundarios de cacería de hombres, ajusticiamiento y movilización ética. En cuanto a la verosimilitud de los pequeños en los tribunales, Foucault comienza señalando que oficialmente se supone que los pequeños tienen una sexualidad que jamás está dirigida cara un adulto, y se supone que no son capaces de charlar sobre ellos mismos en un modo suficientemente lúcido. En segundo sitio, arguye que el alegato del pequeño es fiable para establecer lo que ha pasado, si hay suficiente simpatía. El dijo: “Al fin y al cabo, el oír al pequeño, el oírlo charlar, el oírlo explicar como han sido sus relaciones con alguien, un adulto o bien no, siempre que se escuche con la suficiente simpatía, debe facilitarle a uno poder aproximadamente establecer que grado de violencia - si existió - se empleó y que grado de permiso fue dado”. El se opuso apasionadamente contra cualquier duda sobre la habilidad del pequeño de charlar sobre los hechos: “Asumir que un pequeño es inútil de explicar lo que pasó y que fue inútil de dar su permiso, son 2 abusos inaceptables, sinceramente inadmisibles. (…) Se puede confiar en el pequeño cuando afirma que ha sido sujeto, o bien no, a la violencia”. Hocquenghem advirtió que la liturgia del juicio limita al niño: “La aseveración pública del permiso a semejantes actos es, como todos sabemos, exageradamente bastante difícil. Todos – los jueces, los médicos, el demandado – saben que el pequeño permitía – mas absolutamente nadie afirma nada por el hecho de que, además de todo lo demás, falta el modo perfecto como presentarlo”. El hizo hincapié en el hecho de que es imposible expresar una relación completa entre un adulto y un pequeño, una relación que supone cualquier género de contacto cariñoso y va por medio de todos y cada uno de los niveles (los que no todos son únicamente sexuales), únicamente en concepto de permiso, y que apreciar expresarlo en concepto de permiso legal es un absurdo: “En cualquier caso, si uno escucha lo que afirma un pequeño y si afirma 'No me importa’, eso no tiene exactamente el mismo valor legal que 'Estoy de acuerdo’."La fabricación de un crimen
Una sociedad de peligros
El establecimiento de un nuevo poder médico
Acusar al que habla
Niños que consienten
La verosimilitud de pequeños en el juzgado