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Experimento de la cárcel de Stanford
El estudio fue subvencionado por la Armada de los USA, que procuraba una explicación a los enfrentamientos en su sistema de cárceles y en el del Cuerpo de Marines de los USA. Zimbardo y su equipo procuraron probar la hipótesis de que los guardas de cárceles y los convictos se autoseleccionaban, desde una cierta predisposición que explicaría los abusos cometidos habitualmente en las prisiones. Los participantes fueron reclutados a través de anuncios en los diarios y la oferta de una paga de quince dólares americanos diarios (equivalente a ochenta y ocho con cinco dólares estadounidenses diarios en dos mil quince) por participar en la «simulación de una prisión». De los setenta aspirantes que respondieron al anuncio, Zimbardo y su equipo escogieron a los veinticuatro que estimaron más saludables y estables psicológicamente. Los participantes eran predominantemente blancos, jóvenes y de clase media. Todos eran estudiantes universitarios. El conjunto de veinticuatro jóvenes fue dividido de forma aleatoria en 2 mitades: los «prisioneros» y los «guardias». Después los presos afirmarían que los guardas habían sido escogidos por tener la constitución física más robusta, si bien realmente se les asignó el papel a través de el lanzamiento de una moneda y no había diferencias objetivas de estatura o bien constitución entre los 2 conjuntos. La prisión falsa se instaló en el sótano del Departamento de sicología de la Universidad de Stanford. Un estudioso asistente sería el «alcaide» y Zimbardo el «superintendente». Zimbardo estableció múltiples condiciones concretas que aguardaba que provocaran la desorientación, la despersonalización y la desindividualización. Los «guardias» recibieron porras y uniformes kaki de inspiración militar, que habían elegido mismos en un almacén militar. Asimismo se les dieron lentes de espéculo para impedir el contacto visual (Zimbardo afirmó que tomó la idea de la película Cool hand Luke - La historia legendaria del indomesticable). En contraste a los presos, los guardas trabajarían en turnos y volverían a casa a lo largo de las horas libres, si bien a lo largo del experimento muchos se prestaron voluntarios para hacer horas extra sin paga auxiliar. Los «prisioneros» debían vestir solo batas de muselina (sin calzoncillos) y sandalias con tacones de goma, que Zimbardo eligió para forzarles a adoptar «posturas anatómicos no familiares» y contribuir a su incomodidad para provocar la desorientación. Se les designaría por números en vez de por sus nombres. Estos números estaban cosidos a sus uniformes. Además de esto debían llevar medias de nailon en la cabeza para simular que tenían las cabezas rasuradas, a similitud de los reclutas en adiestramiento. Además de esto, llevarían una pequeña cadena cerca de sus tobillos como «recordatorio constante» de su encarcelamiento y opresión. El día precedente al experimento, los guardas asistieron a una breve asamblea de orientación, mas no se les dieron otras reglas explícitas además de la prohibición de ejercer la violencia física. Se les afirmó que era su responsabilidad dirigir la cárcel, lo que podían hacer de la manera que creyeran más recomendable. Zimbardo transmitió las próximas instrucciones a los «guardias»: A los participantes que habían sido escogidos para desempeñar el papel de presos se les afirmó sencillamente que aguardasen en sus casas a que se los «visitase» el día que comenzase el experimento. Sin aviso previo fueron «imputados» por hurto a mano armada y detenidos por polícias reales del departamento de Palo Alto, que colaboraron en esta una parte del experimento. Los presos pasaron un procedimiento completo de detención por la policía, incluyendo la toma de huellas digitales, que se les tomara una foto para ser fichados y se les leyesen sus derechos Miranda. Tras este proceso fueron trasladados a la cárcel falsa, donde fueron inspeccionados desnudos, «despiojados» y se les dieron sus nuevas identidades. El experimento se desmandó velozmente. Los presos padecieron —y aceptaron— un tratamiento sádico y degradante a manos de los guardas, y al final muchos mostraban graves trastornos sensibles. Tras un primer día parcialmente insípido, el segundo día se desató un motín. Los guardas se prestaron como voluntarios para hacer horas extras y disolver la revuelta, atacando a los presos con extintores sin la supervisión directa del equipo estudioso. Desde ese instante, los guardas trataron de dividir a los presos y encararlos situándolos en bloques de celdas «buenos» y «malos», para hacerles pensar que había «informantes» entre ellos. Esta treta fue muy eficaz, puesto que no se volvieron a generar rebeliones a gran escala. Conforme con los consejeros de Zimbardo, esta táctica había sido empleada exitosamente asimismo en cárceles reales estadounidenses. Los «recuentos» de presos, que habían sido concebidos en un inicio para asistir a los presos a familiarizarse con sus números identificativos, evolucionaron cara experiencias traumáticas en las que los guardas torturaban a los presos y les imponían castigos físicos que incluían ejercicios forzados. Se abandonaron de manera rápida la higiene y la hospitalidad. El derecho de ir al lavatorio pasó a ser un privilegio que podía, como habitualmente ocurría, ser rechazado. Se forzó a ciertos presos a adecentar váteres con sus manos desnudas. Se retiraron los jergones de las celdas de los «malos» y asimismo se forzó a los presos a dormir desnudos en el suelo de hormigón. El alimento asimismo era negada habitualmente como medida de castigo. Asimismo se los forzó a ir desnudos como degradación. El propio Zimbardo ha convocado su implicación creciente en el experimento, que guió, y en el que participó activamente. En el cuarto día, y los guardas reaccionaron frente al rumor de un plan de escapada procurando trasladar el experimento a un bloque de celdas reales en el departamento local de policía pues era más «seguro».La policía rechazó su solicitud, aduciendo preocupaciones por el seguro y Zimbardo recuerda haberse disgustado y enfadado por la carencia de colaboración de la policía. A medida que el experimento evolucionó, muchos de los guardas acrecentaron su sadismo, particularmente de noche, cuando creían que las cámaras estaban apagadas. Los estudiosos vieron a más o menos una tercera parte de los guardas mostrando tendencias sádicas «genuinas». Muchos de los guardas se enojaron cuando el experimento fue anulado. Un razonamiento que empleó Zimbardo para respaldar su tesis de que los participantes habían internalizado sus papeles fue que, cuando se les ofreció la «libertad condicional» a cambio de su paga, la mayor parte de los presos admitió el trato. Mas cuando su libertad condicional fue «rechazada», ninguno abandonó el experimento. Zimbardo asevera que no tenían ninguna razón para proseguir participando si eran capaces de rehusar su compensación material para desamparar la cárcel. Los presos comenzaron a enseñar desórdenes sensibles agudos. Un preso desarrolló un sarpullidopsicosomático en su cuerpo al enterarse de que su «libertad condicional» había sido rechazada (Zimbardo la rechazó por el hecho de que creía que trataba de un ardid a fin de que lo sacaran de la cárcel). Los lloros y el pensamiento desordenado se volvieron comunes entre los presos. 2 de ellos padecieron traumas tan severos que se los retiró del experimento y fueron sustituidos. Uno de los presos de remplazo, el preso número cuatrocientos dieciseis, quedó aterrorizado por el tratamiento de los guardas y emprendió una huelga de apetito. Se lo encerró en confinamiento solitario en un pequeño divido a lo largo de 3 horas en las que lo forzaron a mantener las salchichas que había rechazado comer. El resto de los presos lo vieron como un provocador que procuraba crear problemas. Para explotar este aspecto, los guardas les ofrecieron 2 opciones: podían o dar sus mantas o bien dejar al preso número cuatrocientos dieciseis en confinamiento solitario a lo largo de toda la noche. Los presos eligieron preservar sus mantas. Más tarde Zimbardo intervino para hacer que cuatrocientos dieciseis volviese a su celda. Zimbardo decidió finalizar el experimento prematuramente cuando Christina Maslach, una estudiante de postgrado no familiarizada con el experimento, objetó que la «prisión» mostraba unas pésimas condiciones, tras ser introducida para efectuar entrevistas. Zimbardo se percató de que, de las más de cincuenta personas externas al experimento que habían visto la cárcel, fue la única que cuestionó su moralidad. Tras apenas 6 días, 8 ya antes de lo previsto, el experimento fue anulado. El experimento fue extensamente criticado por su falta de moral y considerado en los límites del procedimiento científico. Los críticos incluyen a Erich Fromm, que cuestionó si se podrían generalizar los resultados del experimento. Como fue un trabajo de campo, fue imposible hacer los controles científicos tradicionales. Zimbardo no fue un mero observador neutral, sino controló la dirección del experimento como «superintendente». Las conclusiones y las observaciones de los estudiosos fueron muy subjetivas y basadas en anécdotas, y el experimento es realmente difícil de reproducir por otros estudiosos. Algunos de los críticos al experimento arguyen que los participantes fundamentaban su conducta en de qué manera se aguardaba que se comportaran o bien que la modelaron conforme con estereotipos que tenían sobre presos y guardas. En otras palabras, los participantes efectuaban un mero juego de rol. Como contestación, Zimbardo declaró que, aun si bien en un inicio pudiese haber sido un juego de rol, los participantes internalizaron sus papeles conforme el experimento prosiguió. El experimento fue criticado asimismo con respecto a su valía ecológica. Muchas de las condiciones impuestas al experimento fueron arbitrarias y pueden no estar relacionadas con las condiciones reales de las cárceles, incluyendo la llegada de los «prisioneros» con los ojos vendados, hacerles vestir únicamente batas, no dejarles vestir lencería, impedirles mirar por medio de ventanas y prohibirles emplear sus nombres reales. Zimbardo se defendió de estas críticas declarando que la cárcel es una experiencia confusa y deshumanizante, y que era preciso impulsar estos procedimientos para darles a los «prisioneros» las condiciones mentales adecuadas; mas es bastante difícil saber qué afines son estos efectos a los de una auténtica cárcel, y las condiciones del experimento son bastante difíciles de reproducir precisamente a fin de que otros estudiosos puedan llegar a conclusiones al respecto. Algunos afirman que el estudio fue demasiado determinista. Los informes describen diferencias significativas en la atrocidad de los guardas, el peor de los que fue llamado «John Wayne» por los presos, mas otros fueron más afables y de forma frecuente concedieron favores a los presos. Zimbardo no efectuó ningún intento de explicar estas diferencias. Por último, la muestra fue pequeñísima, de solo veinticuatro participantes en un periodo de tiempo parcialmente pequeño. Y puesto que los veinticuatro interaccionaban en un mismo conjunto, quizá sea más adecuado estimar el tamaño de la muestra como 1. Haslam y Reicher (dos mil tres), sicólogos de la Universidad de Exeter y la Universidad de St. Andrews, hicieron una reiteración parcial del experimento con la asistencia de la BBC, que televisó escenas del estudio en un reality espectáculo llamado «El experimento». Los resultados y conclusiones fueron muy, muy diferentes a los de Zimbardo. Si bien su procedimiento no fue una réplica directa del de Zimbardo, su estudio lanza nuevas dudas sobre la generalidad de sus conclusiones.[1]?