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Científico loco
El científico orate es un personaje tipo (estereotipo) de la narrativa popular que puede ser desalmado o bien benigno, mas que es siempre y en toda circunstancia despistado. Psicótico, excéntrico o bien simplemente torpe, el científico desquiciado trabaja con frecuencia con tecnología totalmente falsa, con el propósito de facilitar sus planes aproximadamente malvados. De forma alternativa, no nota la inmoralidad que deriva de la soberbia de "jugar a ser Dios". Aunque en un inicio se representó al científico ido como oponente en las obras de ficción, a raíz de la reciente difusión de la cultura geek, las representaciones modernas de los científicos locos de manera frecuente son satíricas y humorísticas, en vez de críticas. Ciertos son aun protagonistas de ficciones, como Dexter en la serie de dibujos animados El laboratorio de Dexter. Los científicos locos por norma general se identifican por tener un comportamiento obsesivo y por el uso de métodos exageradamente peligrosos o bien poquísimos ortodoxos. Con frecuencia están motivados por la venganza, en la tentativa de vengarse de las burlas y mofas, reales o bien imaginarias, a consecuencia de sus investigaciones extrañas y no ortodoxas. Sus laboratorios frecuentemente hierven de bobinas de Tesla, generadores de Van de Graaff, generadores de movimiento perpetuo y otros extraños mecanismos electrónicos del aspecto peculiar, o bien llenos de probetas y difíciles aparatos de instilación, que poseen extraños líquidos de colores cuya utilidad se ignora. Otras particularidades incluyen: Hay que apuntar que la mayoría de estos rasgos no son más que exageraciones de los habituales estereotipos del comportamiento normal de un científico: los científicos de manera frecuente son obsesivos respecto a su trabajo, se desinteresan de las consideraciones sociales que interfieren con sus objetivos, adoptando de forma continua una visión del planeta "descuidada", etc. Quizás asimismo sea interesante indicar que el público general acostumbra a tener contacto con científicos activos a lo largo de su etapa universitaria. En este entrecierro tan estratificado, no es extraño tener una impresión de egoísmo en los profesores, de obsesión por sus investigaciones personales o bien de indiferencia. Como arquetipo narrativo, el científico orate se puede ver como la representación del temor a lo ignoto, de las consecuencias que resultan cuando la humanidad osa insmiscuirse en "cosas que es mejor dejarlas como están". Similarmente, la tendencia de los científicos locos de jugar a ser Dios puede ser una extensión de las diferencias entre la religión y la ciencia, como ejemplarizan los razonamientos sobre la teoría de la evolución, uno de los temas preferidos por los científicos locos, que frecuentemente crean bestias y monstruos fabulosos en sus laboratorios. Cuando cobró vida el monstruo de Frankenstein, su autor, Víctor Frankenstein exclamó: “¡Ahora sé como se siente Dios!”. Esta oración fue considerada polémica y fue censurada en la versión cinematográfica de mil novecientos treinta y uno. Desde la antigüedad, la imaginación popular viró en torno a figuras arquetípicas que tenían el conocimiento esotérico. Los chamanes y sanaderos recibían un tratamiento singular, pues se le tenía temor a sus supuestas habilidades para conjurar bestias y crear diablos. Compartieron muchas de las peculiaridades que más tarde fueron trasladadas a los científicos locos, como por servirnos de un ejemplo su comportamiento excéntrico, su condición de ermitaños y su habilidad de crear vida. Como consecuencia de la llegada del cristianismo, las opiniones animísticas se desgastaron o bien desaparecieron en la cultura occidental, y nació una nueva disciplina que se planteó manipular la naturaleza: la alquimia. Los alquimistas fueron conocidos por su comportamiento peculiar, con frecuencia ocasionado por el envenenamiento por mercurio, en el caso de Isaac Newton por servirnos de un ejemplo. Su ambición común fue crear el homunculus, un humano artificial. La alquimia degeneró con la llegada de la ciencia moderna y el procedimiento científico a lo largo de la Ilustración. Desde el siglo XIX, las representaciones imaginarias de la ciencia han fluctuado entre las nociones de ciencia como salvadora de la sociedad y de su ruina.Consecuentemente, las representaciones de los científicos en la narrativa cambiaron entre el virtuoso y el depravado, entre el cuerdo y el orate. En el siglo veinte, el optimismo por el progreso fue la actitud más habitual cara la ciencia, mas las ansiedades latentes sobre desvelar "los secretos de la naturaleza" saldrían a la superficie siguiendo al creciente rol de la ciencia en temas de guerra. El científico orate por excelencia en la narrativa fue el doctor Víctor Frankenstein, autor del de este modo llamado monstruo de Frankenstein. La criatura, que hizo su primera aparición en mil ochocientos dieciocho en la novela Frankenstein o bien El moderno Prometeo de Mary Shelley. Si bien Víctor von Frankenstein fuera un personaje positivo, en la novela de Shelley está presente el factor crítico de hacer ensayos prohibidos que atraviesan límites que no habrían de ser “atravesados”. Además de esto Frankenstein fue educado como alquimista y como científico moderno, haciéndolo de este modo de “puente” entre 2 eras de un arquetipo en evolución. Su monstruo es, fundamentalmente, el homunculus de una forma nueva de literatura, la ciencia ficción. La película de mil novecientos veintisiete Metrópoli, dirigida por el directivo expresionista austríacoFritz Lang, llevó al cine el arquetipo del científico orate con el personaje de Rotwang, el genio desalmado cuyas máquinas dan vida a la urbe distópica que da el título a la película. El laboratorio de Rotwang influyó a muchas películas siguientes con sus arcos lumínicos, aparatos hirvientes y con una complicadísima compilación de indicadores y botones. Interpretado por el actor Rudolf Klein-Rogge, Rotwang es el prototipo del científico ido en enfrentamiento con él mismo; si bien sea dueño de un poder científico prácticamente místico, es esclavo de sus deseos de poder y venganza. Asimismo el aspecto de Rotwang tuvo su influencia: pelo desorganizado, mirada endiablada y su laboratorio fascistoide, se hicieron enseguida peculiaridades comunes a los científicos locos. Hasta su mano derecha mecánica se transformó en una marca del poder del científico orate, repetida en el doctor Strangelove de Stanley Kubrick. No obstante, la impresión fundamentalmente benigna y progresista de la ciencia en la psique del público siguió inalterada, ejemplarizada por la optimista exposición "Century of Progress", siglo del progreso, de la ciudad de Chicago en mil novecientos treinta y tres, y en la exposición mundial "World of Tomorrow", El planeta de mañana, de la ciudad de Nueva York en mil novecientos treinta y nueve. Tras la Primera Guerra Mundial, la actitud del público empezó a mudar, si bien solo tenuemente, cuando la guerra química y el aeroplano se transformaron en las armas más temibles de la temporada. Por servirnos de un ejemplo, de toda la ciencia ficción producida ya antes de mil novecientos catorce que trató el tema del fin del planeta, 2 tercios tuvieron causas naturales, como la colisión de un asteroide, y el otro tercio se debió a un fin ocasionado por los humanos, del que la mitad fue eventual y la otra mitad voluntario. Tras mil novecientos catorce, la idea de un humano que suprimiera al resto de la humanidad se volvió una fantasía más imaginable, si bien aún inalcanzable, y la proporción pasó a 2 tercios de todos y cada uno de los escenarios, que previeron el fin del planeta como productos de negligencias o bien de la mala pretensión humana. Si bien aún dominados por los sentimientos optimistas, plantaron las semillas de la ansiedad. El aliado más habitual de los científicos locos de esta temporada fue la electricidad, vista por el público ignorante como una fuerza semimística con propiedades embrolladas y también imprevisibles. Los científicos locos tuvieron su auge en la cultura popular del periodo siguiente a la Segunda Guerra Mundial. Los sádicos ensayos médicos de los nazis y la invención de la bomba nuclear dieron sitio a genuinos temores que la ciencia y la tecnología tenían fuera de control. El desarrollo científico y tecnológico a lo largo de la Guerra Fría, con sus crecientes amenazas de destrucción inigualada, no asistieron a reducir esta impresión. Los científicos locos aparecieron a menudo en la ciencia-ficción y en las películas de la temporada. La película doctor Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, en el que Peter Sellers interpreta al doctor Strangelove, es quizá la última expresión de este temor al poder de la ciencia, o bien al mal empleo de semejante poder. En años más recientes, el científico ido, visto como un estudioso solitario de lo ignoto y prohibido, tiende a ser reemplazado por empresarios locos que planean sacar provecho retando las leyes naturales y la humanidad, con independencia de los sufrimientos ajenos; estos personajes contratan a científicos asalariados para lograr sus sueños retorcidos. Las técnicas de los científicos locos cambiaron tras Hiroshima. La electricidad fue sustituida por las radiaciones, que se transformaron en el nuevo medio para crear, ampliar o bien desfigurar la vida (por servirnos de un ejemplo, Godzilla). Conforme el público iba siendo más culto, entraron en escena la ingeniería genética y la inteligencia artificial. Los científicos locos y la relación entre el hombre y la tecnología generalmente, se examinan por el webcomic A Miracle of Science. En la serie, los científicos locos son realmente víctimas del Desorden Memético Relativo a la Ciencia, una enfermedadmemética infecciosa que provoca un comportamiento obsesivo concentrado en ciertas formas de tecnología. Diversas investigaciones han indicado que los jóvenes, al describir a un científico, acostumbran a estimar este estereotipo como adecuado y próximo a la realidad. Esto tiene como consecuencia, conforme ciertos conjuntos de investigación, un proceso de desidentificación con la ciencia y con las posibilidades de aprenderla en ciertos conjuntos de estudiantes.[1]? Para estas investigaciones se acostumbra a emplear el "Draw-a-Scientist Test" (DAST, Examen «Dibuja a un científico»), publicado por D.W. Chambers en mil novecientos ochenta y tres compendiando dibujos de científicos hechos por pequeños entre mil novecientos sesenta y seis y mil novecientos setenta y siete.[2]? En sus descripciones acostumbran a aparecer siempre y en todo momento científicos varones, apartados, alocados, mal vestidos, etc.[2]? Al ser esta una visión parcializada, han existido diferentes propuestas de interés educativo para aproximar a los jóvenes a modelos más próximos a la realidad actual, compuesta por especialistas de los dos sexos, en incesante conexión con el planeta y haciendo aportes de construcción colectiva a la sociedad. Estas ideas han intentado enseñar una visión más humanizada de las ciencias y su trabajo. En las líneas de intervención para la visión humanizada de las ciencias se resalta la valoración de científicos y científicas actuales y su trabajo, como asimismo otros aspectos de su vida que puedan aproximarlos a la cotidianidad de los estudiantes. Los científicos de la literatura y la imaginación popular han definido mejor nuestra imagen de "científico ido" más de lo que lo hayan hecho los auténticos científicos, pues esa es su función, reflejar nuestros prejuicios. "Las opiniones y comportamientos populares están más influidos por las imágenes que por los hechos comprobables." (Roslynn Doris Haynes, mil novecientos noventa y cuatro). Algunos científicos reales, no necesariamente locos, cuya personalidad, y en ocasiones el aspecto, han contribuido al estereotipo (siendo cierto que todos y cada uno de los convocados son varones y ninguno de raza negra), han sido:[cita requerida] Una investigación sobre mil películas de terror distribuidas en el R. Unido entre mil novecientos treinta y mil novecientos ochenta descubrió que los científicos locos o bien sus creaciones han sido los villanos del treinta por ciento de las películas; que la investigación científica ha producido en el treinta y nueve por ciento las amenazas y que, en cambio, los científicos han sido los héroes de únicamente once películas.[3]?El estereotipo del científico orate acostumbra a representarse como un varón caucásico, anciano, desgreñado, con bata de laboratorio, lentes y pose trágica, en muchas ocasiones acompañado de su tradicional "risa desalmada".
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